viernes, 20 de julio de 2007

ARQUITECTURA NO ES ARTE


Render con la obra de Romberg en una de las salas del ex Palacio de Correo, donde funciona la sede transitoria del Museo de Arte Moderno (Av. Corrientes 172, segundo piso)

Después de 40 años sin exponer en la Argentina, el reconocido artista conceptual Osvaldo Romberg -miembro del mítico Instituto di Tella- inaugurará mañana Huellas de edificios , muestra dedicada al arquitecto Eduardo Sacriste, organizada por el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y curada por Laura Buccellato. La constante en la obra de Romberg es tomar un edificio contemporáneo y cruzarlo con otro antiguo, o con textos. Por eso esta exposición celebra la obra de muchos arquitectos de la historia, pero en especial la de cuatro grandes vernáculos: Amancio Williams, Clorindo Testa, Emilio Ambasz y Justo Solsona. Esas huellas (término acuñado por Sacriste para referirse a las plantas de los edificios) denotan cómo se habitaban esos espacios, y al recorrerlos miles de años después se puede atrapar el rastro poético que nos recuerda la memoria de otras civilizaciones.
-Usted estudió Arquitectura y dejó en el último año, ¿por qué?
-Yo quería estudiar Bellas Artes; pinto desde los 6 años. Mi papá me convenció de que siga Arquitectura, pero no hay cosa más opuesta que el arte y la arquitectura. En el último año de la carrera me di cuenta de lo que significaba trabajar para un cliente, y me daba asco. Debía imponer ideas que yo no podía aceptar porque, por una cuestión económica, quien financia, manda. Mientras que en el arte uno hace lo que quiere, la producción es muy diferente a la del arquitecto. Por otro lado, la limitación no sólo es de dinero: la primera es el usuario, es una demanda lógica, cada persona tiene una forma de vivir determinada, que no la delimita el arquitecto.
-¿Existe algún elemento que atraviese toda su obra?
-El macrohumanismo, término que creo haber inventado. A través de esta palabra intento decir que estoy a favor de un humanismo total que contemple toda la escala de valores humanos, incluso el universo. Con esto quiero decir que veo al hombre y sus secreciones culturales, religiosas y biológicas como un todo imposible de dividir. Para mí el arte pertenece a las ciencias naturales, no a las ciencias sociales; somos parte de un desarrollo y, por eso, considero al universo padre de todas las cosas.
-¿Qué le gustaría que le pase a quien vea su obra?
-Quiero que sirva para pensar en otra cosa, que la gente sienta que está en este mundo; que se dé cuenta de su unicidad, que uno es un universo hasta que se muere. Intento que la gente pueda mejorar el awareness (toma de conciencia) de su propia vida; que le abra un pequeño río que lo haga ir a otra parte.
-¿Quién le abrió a usted un pequeño río ?
-Duchamp, cuando empecé a estudiarlo me di cuenta de que el arte no era sólo visual, que el arte era una alegoría de otra cosa, que había una influencia mental y, por supuesto, emocional porque si era sólo visual estaba liquidado.
-¿Qué piensa del arte actual?
-Es la estética del terrorismo, del todo vale, del capitalismo que compra y hace callar la boca; si de esto se trata, entonces hay que volver al underground . En mi generación la originalidad era un valor, ahora es lo llamativo o espectacular; no estoy en contra de que vendan, sino de una forma de tener éxito rápido y fácil, complaciente de un sistema decadente, sin valores morales de tipo ético o estético. Hoy si una persona tiene plata es respetado, aunque sea una bestia.
-Hay artistas que viven en el exterior que lamentan no exponer en la Argentina. Usted no lo hace desde hace 40 años.
-Yo quiero recuperar la Argentina; vivo pensando en Buenos Aires y me gustaría estar más presente. No estoy resentido, pero el dicho El que se fue de su villa perdió su silla es cierto. No se puede pensar que la gente le va a guardar a uno el lugar.
Mariana Liceaga

“No soy un artista que hace arte el fin de semana”
Romberg se fue de la Argentina en 1973. Trabajaba en Tucumán y la situación social y política estaba complicada. No se identificaba con ninguna ideología. Entonces decidió tomarse un año sabático y partir a Israel. Pero como las cosas se pusieron aún más difíciles en la Argentina, se quedó allá. Comenzó a dar clases en una academia de arte de la que más tarde fue director.
En su exilio comenzó una intensa producción que lo llevó a exhibir en todo el mundo. En 2002 inauguró una muestra el mismo día en 14 ciudades del mundo. Hoy siente que es más curioso de lo que era a los 20 años, y permanentemente tiene un proyecto nuevo entre manos.
Desde hace 14 años vive entre Filadelfia y Brasil. En Filadelfia (lugar emblemático en Estados Unidos, donde están las más antiguas y mejores universidades de Bellas Artes) desarrolla una intensa actividad pedagógica. En esta ciudad tiene un estudio, también otro en Nueva York y otro en Colonia (Alemania). Es consultor de la Universidad de Pensilvania y curador de la Slought Foundation. En Brasil tiene una isla frente a Angra Dos Reis. Allí va todos los veranos (del hemisferio norte) y pasa tres meses donde se relaja y produce “sin limitación ni teléfono”.
Está casado con una antropóloga argentina y tiene cuatro hijos que de alguna manera siguieron su camino: se dedican a la arquitectura, al cine y al arte. “Soy un artista que enseña, no un artista que hace arte los fines de semana. La prioridad es el arte, pero la reflexión de la enseñanza me enriquece, me da energía. El tener que contestar preguntas me obliga a redefinir las cosas de una manera más simple”, concluye Romberg.
Fuente: www.lanacion.com.ar suplemento de arquitectura

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