domingo, 30 de marzo de 2008

lucesillas

"... Así que mañana tras mañana me vuelvo a levantar y no tengo tiempo de pensar en mí, de meditar, soy feliz?, soy desgraciado?. De antemano conozco ya aquel movimiento mecánico de la mano hacia el despertador; tanteo medio dormido entre sus patas para parar el timbre de los niquelados testículos. Luego, el mismo movimiento vacilante hacia la pared, hacia el interruptor, y el mismo escrutarse vergonzoso del hombre despierto antes de tiempo, con greñas, maloliente; un hombre que vuelve a sentarse en la cama con el despertador en la mano... Quedan unos minutos y merece la pena meterse en la cama y mirar cómo avanza lentamente la manecilla de los segundos y hace tic-tac al girar, una y otra vez. A veces incluso me duermo durante esos tres minutos, pero luego tengo que salir de la cama y entregarme a mi automatismo, loco preciso, sobre todo por la mañana, sin el cual ya no es posible vivir. De prisa vestirse, lavar al doble del espejo los dientes y pensar, por qué un día sí y otro no afeitarse y diariamente lavarse, comer varias veces al día?.. Con qué objeto temer que me pierdo algo en algún sitio? Me consuelo: tienes que ser valiente, tienes que ser valiente, tienes que serlo, tú debes serlo.
Me lo repito a menudo, cada hora, pero por la mañana a cada minuto, para enjuagar más fácilmente y apartar para más tarde los pensamientos molestos. Salgo de casa, empieza a llover, cae una fina lluvia sobre toda la región, sobre mi huerta, siento cómo necesito la lluvia, lo palpo, cómo el agua oscura se abre camino hacia las raíces y se lleva consigo el polvo de cal; siento cómo mis vasos capilares lo saborean y me torno dorada reineta, manzana con sabor a frambuesa, verde doncella; estoy pensando: qué necesitaría para ser más feliz?..."

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