miércoles, 13 de agosto de 2008

non sum

Me encontré sin querer la primera frase del libro Las preguntas de la filosofía (que no leí) de Fernando Savater:

«Recuerdo muy claramente la primera vez que de verdad comprendí que tarde o temprano tendría que morirme».
Por lo demás, el final del primer parráfo hizo sonar una campana: la revelación de la muerte a un niño de diez años es, sobre todo, el descubrimiento de su carácter personal. La imposibilidad lógica de encajar la muerte en la vida de uno, vivida en primera persona. Es decir, en la mismísima vida.
La vida de otros es un relato que concluye en su muerte. «Él fue y un día dejó de ser»: en esos términos, la razón puede responder sin problemas, aunque sin mayor convicción. En cambio, la vida de uno es propiamente la vida. Experimentada, no oída ni vista. Y es esa vida, la vida por antonomasia, aquella que nos sirve
para imaginar las de los otros, la que termina en una dislocación lógica por donde no se puede seguir.
*
Al final me acuerdo de otra cosa.
Siempre me estoy acordando de otras cosas que se ramifican y entrometen en mis cosas.
Digo que me acuerdo de un epitafio latino que me crucé hace muchísimo, y que me impresionó tanto que nunca olvidé. «Quod fueram, non sum»: Lo que fui, ya no soy, le habían hecho decir los romanos al muerto, en su lápida. Algo imposible. Al final, podía haber borrado el post entero y haber copiado esas cuatro palabras que explican mucho mejor que yo todo lo anterior.

[El primer párrafo de Las preguntas de la filosofía, en su versión original en español:
Recuerdo muy bien la primera vez que comprendí de veras que antes o después tenía que morirme. Debía andar por los diez años, nueve quizá, eran casi las once de una noche cualquiera y estaba ya acostado. Mis dos hermanos, que dormían conmigo en el mismo cuarto, roncaban apaciblemente. En la habitación contigua mis padres charlaban sin estridencias mientras se desvestían y mi madre había puesto la radio que dejaría sonar hasta tarde, para prevenir mis espantos nocturnos. De pronto me senté a oscuras en la cama: ¡yo también iba a morirme!, ¡era lo que me tocaba, lo que irremediablemente me correspondía!, ¡no había escapatoria! No sólo tendría que soportar la muerte de mis dos abuelas y de mi querido abuelo, así como la de mis padres, sino que yo, yo mismo, no iba a tener más remedio que morirme. ¡Qué cosa tan rara y terrible, tan peligrosa, tan incomprensible, pero sobre todo qué cosa tan irremediablemente personal.]

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te posteo para que no tires la toalla!
Y pasate por 'casa' que ya está arriba la parte 3 (final) con un link para que visites y, con suerte, escupas el té por la nariz.